Editorial:
El apagón que sumió en tinieblas al Aeropuerto Internacional de Las Américas no es un simple fallo técnico: es un símbolo de la fragilidad institucional que arrastramos como país. La terminal que debería ser vitrina de nuestro turismo y carta de presentación al mundo quedó desnuda, exhibiendo improvisación, negligencia y ausencia de protocolos claros para salvaguardar a pasajeros y preservar la dignidad nacional.
No basta con restablecer la energía y pedir disculpas; se trata de vidas humanas, de imagen-país y de la economía que nos sostiene. El gobierno, los concesionarios y las autoridades aeronáuticas tienen la obligación de auditar, corregir y blindar de inmediato las operaciones del AILA y de toda la red aeroportuaria. No hacerlo sería persistir en un suicidio reputacional inadmisible.
La lección es clara: en materia de infraestructura crítica no hay excusas, solo resultados. República Dominicana no puede permitirse otro bochorno de esta magnitud.
